Las cosas…¿Siempre le pasan a los demás…?
Ahora atacaremos «curiosas formas de entender la vida» en este post:
A menudo nos encontramos con visiones, detalles y circunstancias que te pueden dejar perplejo. Por ejemplo, el desprecio con que se habla de las cosas que les pasan a los demás, como si nosotros estuviéramos exentos de cualquier desgracia parecida.
Si nos fijamos bien, cuando alguien cuenta lo que le pasó a otro, en el fondo se aprecia un sentimiento alejado de la realidad.
Quizá sea por la «costumbre» de escuchar noticias y noticias, que se termina uno acostumbrando a pensar que todo es ajeno. Nadie cae en que cualquier día, puede ser quien ocupe los comentarios. Porque las cosas, cualquier circunstancia o cualquier fatalidad, le pueden pasar a cualquiera.
Vean a Joselito:
Relato corto
Joselitoooo…ponte el casco!…
…Estaba terminando de vestirse, cuando escuchó a su vecina desgañitarse desde el balcón.
A diario, se podían oír advertencias similares a su hijo. El tal Joselito se desplazaba habitualmente, en una pequeña máquina llamada moto. Y, también con habitualidad, recibía las llamadas de atención. Su amantísima y protectora madre no dejaba de asomarse a ver si cumplía con la preceptiva norma, aunque quizá, con ridículo éxito.
Inmerso en esa rutina cotidiana de saludos mañaneros, periódico, café, y tostada con aceite, se dispuso a cruzar la calle, para dedicarse a las actividades propias del sustento. Pedro, cogería su coche y se iría a trabajar. Como todos los días hábiles, excepto los resfriados de cambio de estación.
Esperando en el paso de peatones a que se encendiera el muñequito verde, hojeando el periódico, escuchó un saludo: ¡Adiós vecinoooo! Levantó la vista, y vio a Joselito. El cercano habitante del tercero, circulaba calle arriba, montado en su flamante motocicleta. ¡Caramba… llevaba el casco metido por el brazo, a modo de codera!
Nunca dejaba de sorprenderse. Se le ocurría a alguien una cosa determinada, y al dia siguiente, se veían repeticiones por todos sitios. Lo del casco en el brazo, ya lo había observado varias veces.
¡Bueno…las modas, modas son!. Y parecía ser que a Joselito, le importaban más, que las reiteradas advertencias de su madre. ¡Bah! éstas, no tenían nada de innovación.
Mientras se sumergía en el apabullante tráfico, le asaltaban toda clase de pensamientos. Sobre todo, la futilidad de determinadas campañas, dedicadas a evitar daños. Debidos, la inmensa mayoría, a la falta de precaución con uno mismo, y por añadidura con los demás. El desprecio que, constante, se observaba por la propia vida, demostrando la insuficiencia de resultado en todas las propuestas.
Sin temor a caer en el fatalismo, Pedro pensaba, que existía una alarma social.
Resultaba incongruente, pero no se alejaba de la realidad. Nadie escarmentaba en cabeza ajena. Esta frase, dicha y redicha, no perdía actualidad a pesar de su aforismo. Para él, que no se le hacía puñetero caso, y por eso -sólo por eso- nunca dejaría de repetirse.
Cuando de muy pequeño solía oírla, siempre despertaba su interés: ¿Qué quería decir…? ¿Qué significado tenía, «escarmentar» y «cabeza ajena»?
Su padre trataba de explicárselo sin conseguir fruto alguno. Tardó bastante tiempo en darse cuenta, y fue, por su propia necedad. Después de aburrir a su querido progenitor, advirtiéndole sobre el peligro de determinados actos, llegaba a sufrir en sus propias carnes las consecuencias de haberle desoído.
Entonces… ¿era eso? Aquel tremendo golpe, por montar una bici con reducidos frenos, se lo acababa de decir. ¡Él, se había «escarmentado» en su propia anatomía!
Tonto de mí -se dijo- que tuve que experimentar el dolor, para entenderlo.
Claro estaba que, después del dolor sentido, no volvería a practicar un juego tan peligroso, como montar una bici sin frenos, para arrastrar los pies a modo de frenada. Al menos, se lo pensaría.
Quizá se hayan hecho estudios al respecto, quizá no. Pero la más cruda realidad señalaba, que el hombre, repite sus tropezones con alarmante puntualidad. Pase lo que pase; cuenten lo que cuenten; se vea lo que se vea, las cosas, suelen ocurrir con redundancia. O, lo que significa igual: Una y otra vez.
Los
accidentes por imprudencias; las
peleas domésticas con trágicos finales; las
corruptelas de personajes públicos;
los suicidios;
el terrorismo;
las guerras, siempre fomentadas «gratuitamente», con altísimos costes definitivos… y así, infinidad de cosas.
Toda una serie de vicisitudes, que llevan, de un desastre a una tormenta. Y se aterraba al pensar, que el aluvión de despropósitos, adormeciera en el hombre el espíritu de lucha, aburriendo al carácter solidario. Porque a su juicio, se debería de tener presente que, la desgracia del vecino, también era de uno mismo.
¿Qué pasaba con la gente?… ¿No se informa?… ¿Nadie toma precauciones?… …Todo esto se le venía a la cabeza, enredado ya, en el protocolario tentempié del mediodía. Al mismo tiempo que caía en la cuenta, que se había levantado esa mañana, especialmente reflexivo.
De opinión en pensamiento, buscando la oportunidad de iluminar alguna solución, especulaba con los posibles remedios:
Pudiera ser, que en algunos casos, la publicidad fuese necesaria. No la manifestación de los horrores -que ésos, ya la tenían- sinó páginas y páginas, dedicadas a explicar los logros. Para, de esta manera, tratar al menos de equilibrar los anuncios. Por ejemplo: que aparecía en la página de sucesos un delito… al lado, en letras más impactantes, un éxito policial al evitar otro.
Podía sonar insustancial, pero… ¡a lo mejor, daba resultado! Ya que, si trascienden las ruinas, deberían trascender con muchísima más fuerza, los medios que se emplean en evitarlas. Nadie le sacaba de la idea, que se debería apostar más fuerte por esto, que por el morbo de las noticias escalofriantes.
¿Qué hacen las autoridades?… ¿Donde se anuncian las instituciones a cualquier respecto? ¿Por qué, alguien, se convierte en asesino de su padre, madre, esposa, o hijos?
Independientemente del ámbito al que correspondan, las preguntas están ahí. Y nunca se terminará de preguntar, porque jamás, se obtiene una respuesta.
Si fuera posible, se sabría lo que pensaban, quienes soportaron alguna de estas tropelías en primera persona. Sin embargo, a los muertos no se les puede preguntar, porque tampoco contestarían.
Cuando volvía a casa, ya atardecido, seguía rondándole la misma idea: «Al hablar en la lejanía del corazón, con dejadez total de sentimientos, la gente incurría de algún modo en la separación de realidades: las ajenas, y las propias«
!Aaayyy! ¡Ojalá su vecino Joselito, se diera cuenta, y terminara poniéndose el casco!… ¡Si le daba tiempo!… porque las motos, no tienen la paciencia que las bicis.
Uno a uno, las personas deberían buscar su corazón, a ver si encontraban el sentido de la ecuanimidad.
A ver si dejaban de pensar de una vez, que las cosas, siempre le pasan a los demás.
¡Es cierto! Las cosas… no sólo le pasan a los demás…
…Pues para aquellos, los demás, somos nosotros.